Una zona en auge y considerada actualmente como de las mejores, un breve comentario desde el punto de vista de este blog.
La historia de la Ribera del Duero, una denominación joven, no puede entenderse sin la enorme contribución de los vinos de Vega Sicilia, un clásico de la enología mundial, y de Alejandro Fernández, un auténtico revolucionario en el sector.
Es probable que los romanos cultivaran ya el viñedo en esta comarca, creando lagares para abastecer a sus legiones. Pero fueron las órdenes monásticas las que propagaron la cultura del vino en la meseta ibérica. Ya en el siglo XII, los monjes procedentes de Cluny elaboraban vino en Valbuena de Duero. En el siglo XVI, los vinos que se elaboraban en Valladolid y Burgos eran tintos oscuros, pero no tenían, al parecer, la raza que hoy caracteriza a sus sucesores.
Sólo en la segunda mitad del siglo XIX fundó la familia Lecanda una bodega a orillas del río Duero. En sus viñedos se aclimataron cepas internacionales, como la cabernet sauvignon, la merlot y la malbec. Muy pronto, aquellos viñedos produjeron un vino excepcional que recibió el nombre de Vega Sicilia.
Esta marca fue durante un siglo una isla en medio de una región desconocida, ya que los viticultores de la comarca sólo tenían medios para elaborar vinos locales y rústicos.
El vino castellano está tan integrado en la historia de la cultura que sus propias crisis se corresponden a crisis culturales. Y así, cuando la filoxera se abate sobre los territorios del Duero en 1898, juntamente con la pérdida española de Cuba y Filipinas, deja a toda una generación sin vino.
Después de la gran plaga, Vega Sicilia consigue recobrar su prestigio gracias a la iniciativa de un bodeguero vasco, Txomin Garramiola. Pero los vinos de la Ribera del Duero se mantienen en el anonimato hasta que otro hombre genial funda, en los años 70, una bodega capaz de elaborar un vino excepcional. Alejandro Fernández crea su bodega en Pesquera de Duero y elabora, en 1975, una reserva que asombra a medio mundo.